FLIS® Motherland 15-2024 - Revista - Página 167
Con las expectativas elevadas como decía antes, nos fundimos
en un beso atrevido, largo y profundo, de alto voltaje, que,
tras un rato, nos llevó a un lugar más apartado para al menos
preguntarnos el nombre.
Nunca diré su nombre, esto queda para mi recuerdo, pero
tengo muy presente el momento en que me sugirió ir a tomar
la última copa a su casa, tras una animada charla. El ambiente
estaba ya muy caldeado, la plancha estaba encendida y solo
faltaba poner toda la carne. No me pude resistir, su pelo blanco,
sus ojos marrones, sus gestos, todo me decía que estaba en la
diana, en el sitio perfecto para recibir el 昀氀echazo de Cupido.
Salimos de la disco apresuradamente, tomamos un taxi y, por
昀椀n, digo por 昀椀n porque estaba muy nervioso, llegamos a su casa,
un apartamento en el centro de Madrid, de esos que salen en
revistas de decoración, donde no hay nada que distorsione,
excepto uno mismo. Al principio, todo se me hacía elocuente a
su forma de seductor, una persona con gusto, trato y físico, pero
en un rato todo se fue relajando y nuestro encuentro empezó a
tener sentido, dando rienda suelta a nuestras ganas de estar.
La música envolvía el momento; aunque el estilo Chill Out aún
no estaba de moda, era lo que sonaba. Recuerdo sus palabras,
trasladándome a una cala de Ibiza con esos sonidos tan
sensoriales que aportaban temperatura, ambiente y color al
momento.
El pasillo del amor hacia el dormitorio fue como entrar en un
estado de nirvana, solos en el mundo, el tiempo se detuvo,
solo existía el instante, un encuentro lento y certero que nos
descubría uno frente al otro, nada se interponía entre nosotros
y llegamos al dormitorio.